El estallido del discurso del odio, exacerbado durante la pandemia de la COVID-19, representa un desafío sin precedentes para nuestras sociedades. Aunque el discurso de odio siempre ha existido, su creciente impacto, alimentado por la comunicación digital, puede resultar devastador no solo para aquellos a los que se dirige, sino también para las sociedades en su conjunto.
El discurso de odio representa la negación de los valores de tolerancia, inclusión y diversidad, así como de la propia esencia de las normas y derechos que rigen los derechos humanos. Puede exponer a las personas que son objetivo de este tipo de discurso a la discriminación, los abusos y la violencia, además de la exclusión económica y social. Las expresiones de odio pueden incluso dañar sociedades, perjudicar la paz y desarrollo, ya que son caldo de cultivo para un racismo contra el que llevamos luchando desde hace 25 años.
Abordar y combatir el discurso del odio es, por tanto, imperativo. Se necesita un enfoque holístico, movilizar a la sociedad en su conjunto. Todos los individuos y organizaciones, incluidos los gobiernos, el sector privado, los medios de comunicación, las corporaciones de Internet, los líderes espirituales, los educadores, los jóvenes y la sociedad civil tenemos el deber moral de posicionarse firmemente contra el discurso de odio y de desempeñar un papel crucial para contrarrestar esta plaga.
Es importante señalar que para combatirlo se necesita primero un control y análisis de este fenómeno para así entender completamente su dinámica. Dado que la expansión de la retórica del odio puede ser un aviso precoz de violencia, incluidos los crímenes atroces, la limitación de este discurso podría contribuir a mitigar su impacto. Habría que exigir responsabilidades a los autores de estos discursos de odio, para acabar con su impunidad.
